La protagonista de nuestra historia es una valiente mamá que ha tenido la generosidad de compartir su vivencia con nosotras, concretamente el parto de su preciosa hija, la cual detectaron una enfermedad muy grave en la semana 22 de gestación y junto a los médicos determinaron que lo mejor para el bebé era finalizar el embarazo.
Perder a un hijo/a durante la gestación es una experiencia terriblemente dolorosa, pero cuando vienes de varias pérdidas de primer trimestre y sientes que por fin todo va bien, que en la ecografía del segundo trimestre te confirmen que tu bebé tiene una enfermedad muy grave y que lo mejor para ella, en este caso, sea finalizar el embarazo, es un momento muy traumático e impactante para la mujer que lo vive y su pareja.
¿Cómo te recuperas de esta terrible experiencia?
Con mucho apoyo del entorno, por ello es importante compartir nuestras vivencias y explicar lo que hemos vivido. Porque el duelo gestacional y neonatal es una experiencia muy invisibilizada y muy difícil de comprender para quién no la ha vivido y esto genera multitud de comentarios y reacciones hirientes.
Si saben cómo nos sentimos es más fácil que el entorno sepa acompañar y contener nuestras emociones.
Así que os dejo con:
La historia de un parto que jamás imaginé
Ha llegado el día donde va a cambiar mi vida en un momento, nunca más seré la misma después de vivir todo esto.
Me levanto, preparo mis cosas para los días de ingreso, me piden dos mudas de ropa y ya está, pienso ¿para qué? Era como cuando vas a parir a tu hijo, pero en vez de preparar la canastilla del bebé, era preparar tus cosas porque al bebe no le podrás poner todo lo que deseabas, como la primera puesta.
Que duro es cuando se supone que lo que deberías es dar vida y vas para dar lo contrario.
Bueno vamos de camino al hospital, mientras, no puedo parar de llorar todo el camino sabiendo a lo que me enfrento hoy o más bien sin saber, porque no tiene nada que ver lo que piensas a lo que vives.
Por el camino encontramos conocidos y te preguntan sin saber cómo va todo. Otros saben dónde vamos y no tienen palabras que decir.
Mi padre en la puerta de la mutua esperando que yo llegue, quiere estar también a mi lado en este día, no es lo que necesito, pero entiendo que esté preocupado, también pierde a su nieta y ve sufrir a su hija.
Entro por la puerta donde va a poner un punto y final a nuestra historia, subo al ascensor y marco planta dos, sala de partos, me vuelvo a derrumbar, ya se acerca el momento. Llamo al mostrador y le digo a la chica que tenía cita para un parto inducido.
Todos me miran con cara de pena, no sé, yo noto que me miran y aunque yo no lo sé, ellos si saben a lo que me enfrento hoy. Me llevan a una habitación fría y aislada de cualquier persona que vaya a parir y cualquier ruido que me pueda hacer sufrir más. Aunque mi pareja no estaba aislada, cada vez que salía de esa habitación se encontraba con familiares esperando la llegada de sus bebés.
Me pongo mi bata blanca y ya entran los doctores a informarme del proceso y firmar los papeles del consentimiento que sin leer firmé. Las vías imposibles de poner, ya que mis venas no se ven bien, hasta tres enfermeras tuvieron que venir y después de tantos pinchazos lo consiguen.
Me hacen tomarme una pastilla para parar tu corazón, ese fue el peor momento del día, yo tenía que ser la que parara tu corazón. Otra pastilla oral y otra vaginal y así cada 3 horas hasta que te tuviera. Te noté moverte mucho mientras la pastilla hacia el efecto, fue una hora o quizás más, no sé, quizás para mí fue eterno, sé que lo pasé muy mal hasta que dejé de notarte y ahí ya supe que te dormiste para siempre, que nunca más volvería a sentirte y sería el primer y último día que te vería.
Ya empecé con contracciones pequeñas, con fiebre, tiriteras, vómitos… solo pedía estar tapada. Cada tres horas venían otra vez a dar las dichosas pastillas que me provocarían más dolor y hacer el tacto que era muy doloroso, cada vez que las veía entrar ya sufría, sabía a lo que venían.
Y pensaba ¿otra vez? Si hace nada que lo hicisteis, duele mucho. Todo el día sin beber ni agua podía. Horrible. Mi marido sufría de verme, mi padre también. Yo solo hacía que llorar y es lo que me apetecía, llorar y estar sola, solo quería eso, mi espacio. Las doctoras muy atentas, no me faltó de nada, calmantes cada vez que pedía. Solo quería acabar con esto ya, que pasara el día.
Así hasta la noche, si no dilataba iban a pasar a cesárea si el ultimo medicamento no hacía efecto, yo no quería cesárea, aunque sabía que no iba a tener este parto un buen final, yo quería vivirlo, quería sentirlo y no olvidar cada detalle de ese día.
Ya tarde, las contracciones se volvieron insoportables, no aguantaba más, pedí un calmante más fuerte porque no podía más. Fue una inyección que me dejó sin fuerzas, mareada, ida… pero el dolor no lo quitaba. Yo sabía que era el momento ya, así que me llevaron sola a una sala para ver cómo iba y al levantarme para subirme a la camilla me caí, no sentía mis piernas, recuerdo que solo pedía estar tapada, era horrible como temblaba. Al subir a la camilla me empecé hacer pipí encima, no podía controlar mi cuerpo, me avergonzaba de mi estado, pero me decían que no me preocupara. Me pedían que empujara, mi bebe ya estaba para salir, pero no podía, el dolor no me dejaba, así que decidieron llevarme a la sala de partos a poner la epidural.
Me vinieron muchos recuerdos a la mente, la misma sala donde parí a mi niño, misma camilla, todo igual, pero esta vez sin escuchar el llanto de mi bebé al nacer. Pusieron la epidural y al fin el dolor pasó.
Ya dejaron pasar a mi marido porque ya iba a tener a mi bebé y lo necesitaba a mi lado.
Durante el parto todos encantadores, las doctoras me acariciaban y me repetían mil veces que era muy valiente y lo estaba haciendo muy bien. Mi marido también estuvo muy bien, a mi lado abrazándome y sin soltarme de la mano repitiendo lo bien que lo hacía, pero él no podía mirar hacia abajo por si veía a la bebé, no quería verla, pero ¡yo sí!
Noté cuando salió y lo primero que pedí era que quería verla.
Él repitió 3 veces si estaba segura, fue algo que no habíamos hablado y claro le cogió por sorpresa mi reacción.
Él se fue y a mí me trajeron a mi hija lavada en un arrullo y me dejaron a solas con ella el tiempo que quisiese. La cogí en brazos, parecía que estaba dormida, era muy muy bonita y yo estaba tranquila, no lloré, solo la miraba e investigaba como era, la toque, acaricié y le di un beso y me despedí de ella. Llamé a los doctores para que se la llevasen y me ofrecieron marcar sus huellas, que acepté sin pensar. También me pidieron si quería hacer autopsia, que también acepté.
Después de todo me llevaron a una habitación para descansar, qué casualidad que el enfermero era mi primo. Estaba en una habitación en la planta de traumatología, donde no tuviese contacto con otras mamás. Me dieron otra pastilla, pero esta vez para cortarme la lactancia, para cortarme mi ilusión, estaba deseando volver a vivir ese momento de dar de mamar a mi bebé.
Durante esa noche no paré de sudar, mi cama empapada de sudor y de sangre. Pedía que me cambiaran, pero no lo hacían, no me hacían caso, hasta que se dieron cuenta en las condiciones que había dormido y se disculparon. Al despertar me dieron el alta y aquí acabó todo, dejé parte de mi vida en el hospital, dejé a mi hija en otras manos.
Volví a casa con mi barriga y mis manos vacías, sin mi bebé, sin ilusiones ni sueños que había creado, sin nada, solo con una pena horrible y una sensación muy extraña de explicar. Estaba en estado shock. Deseaba que ese día terminara pensando que aquí acabaría todo, pero lo peor vino después, enfrentarse a la realidad.
Y ahora es cuando empieza mi duelo…