Cuando planeamos un embarazo, claramente la interrupción del embarazo es lo último que se nos pasa por la cabeza, pero qué sucede cuando nos comunican que nuestro bebé padece una enfermedad muy grave y en ocasiones incompatible con la vida, pues que nuestro mundo se desmorona y todo lo que habíamos imaginado también.
Esto le sucedió a Sara, la protagonista de nuestra historia, que ha querido compartir con nosotras como fue su primer embarazo y a través de su escrito poder hablar de un tema tan doloroso para ella y poder compartir con nosotras como se siente desde la pérdida de su primer bebé.
Muchísimas gracias Sara, por tu valentía y por tu generosidad, gracias a tu testimonio muchas mujeres que han pasado por la misma situación no se sentirán solas.
Y ahora os dejo con:
La historia de una maternidad muy deseada
Las emociones todavía no están ordenadas en su sitio y aunque ya han pasado años cierto dolor se ha quedado conmigo.
Me quedé embarazada con toda la ilusión y amor que una pareja puede tener cuando planea y decide aumentar la familia.
Recuerdo como me hice aquel test de embarazado tan feliz y nerviosa y con el sí una alegría increíble.
El embarazado desde el principio fue duro porque tenía la sensación de estar más enferma que embarazada. Tenía la energía consumida, náuseas, vómitos, mareos, cansancio, dolores… pero a pesar de esto parecía que el bebé (que tanto me cuesta decir que yo llevé un bebé que no conocí, me cuesta muchísimo) crecía y se desarrollaba con normalidad.
Pero en una revisión en la semana 14 todo se torció, mi mundo se rompió.
No me dejaron ver la ecografía y mandaron pasar a mi marido. A los dos nos explicaron que su corazón latía, que tenía sus dos brazos y piernas, que se movía perfectamente pero que algo no estaba bien. Sin mayor explicación nos dieron unos informes y nos derivaron, era urgente que al salir de esa consulta fuéramos directos al hospital.
Salimos de allí rotos, sin apenas información solo sabíamos que aquello se estaba acabando.
Al llegar al hospital nos explican que a falta de una prueba que me harían al día siguiente el bebé venía con una enfermedad incompatible con la vida y que teníamos que plantearnos la interrupción del embarazo.
Doy gracias a aquella ginecóloga porque me trató con la humanidad necesaria y me hizo sentir acompañada.
Nos explican que pasaría con la vida del bebé en caso de continuar y nos comentan también el proceso de interrupción.
Después de hacerme la prueba que confirmaría el diagnóstico nosotros tendríamos que tomar la decisión.
Era algo que habíamos hablado antes incluso de habernos casado, que haríamos si el bebé no estuviese sano y siempre tuvimos claro que el aborto (palabra que me cuesta pronunciar mucho también) sería la opción viable pues no queríamos que nuestro bebé tuviera que sufrir más de lo que la vida duele por sí misma.
Cuando llegó el momento de la confirmación nos derivaron al Centro de Orientación Familiar y nos informaron de los trámites.
En primer lugar, me darían una pastilla para parar el latido del corazón del bebé…
(llegado a este punto de mi historia me derrumbo).
A los dos días ingresaría en el hospital y me provocarían el parto, microparto en este caso por el tamaño del feto. Sin epidural ni anestesia ya que se realizaba en una habitación de planta y los anestesistas no suben. Tuve la suerte de no compartir habitación y de estar en el ala de ginecología y no de maternidad.
Me habían dicho que sería rápido una vez empezase con la medicación para inducir y que yo no notaría nada más que ganas de ir al baño, que sería como una regla.
Ingresé un miércoles y no avanzó hasta el viernes, durante esos días los dolores eran horribles pero la pena, la tristeza, el abatimiento aún más.
Yo notaba como mi bebé bajaba, como mi cuerpo lo empujaba hacia mi pelvis, se notaba perfectamente incluso al tacto. Hasta que me noté muy mojada, era sangre y con muchas ganas de empujar, de parir. Algo de lo que nadie me informó. Iba a vivir el momento más bonito que una madre puede experimentar, pero con el peor de los finales.
Empujé y noté su calor, noté como salía de mi cuerpo… Y comencé a llorar y llorar. Mi marido y mi madre habían salido a llamar a las enfermeras y ellas al llegar confirmaron que ya estaba, les pedí por favor no ver nada y así fue, pero para llevarlo a analizar lo metieron en un bote. Sí en un bote y escuché el ruido, sin cuidado ninguno, el ruido de cómo dejar caer algo.
Mi mundo se quedó paralizado y gris, muy gris.
Nos dijeron que hasta pasados 3 meses no podría volver a quedarme embarazada. Mi vida quedó ahí. Mi bebé se había ido y yo tenía que volver a por él.
Me quedé embarazada 7 meses después de aquel 7 de febrero del 2014 y sentí como a mi bebé lo había recuperado. Por fin lo tenía de nuevo conmigo, creciendo dentro de mí.
El embarazo fue duro a nivel emocional, pues el miedo fue una constante. La ginecóloga que nos llevó fue la misma que la vez anterior y recuerdo cómo en la revisión de las 12 semanas sin haber girado la pantalla para poder verlo, me miró a los ojos y dijo: disfruta de este embarazo, sonrió y me lo enseñó, vi la ecografía de mi bebé, justo el día de mi cumpleaños. ¡Qué regalo! Y en mayo del 2015 después de tanto tiempo desde aquel primer test de embarazo nació mi bebé arcoíris, niño como lo había sido siempre, con el mismo nombre pensado desde el principio. Mi hijo.
No he sido capaz de mostrarme como madre de dos. Me cuesta incluso cuando tengo que hablar de mi historia clínica decir que he pasado por dos partos.
Soy la madre más feliz del mundo, me siento completa y agradecida pues tengo un hijo que es mi razón, pero soy consciente de que me ha quedado una herida que incluso me costaba compartir.