Me llamo María y soy mamá de 2 niñas, Emma y Naret. Emma tendría ahora 2 añitos y 3 meses; Naret tiene 5 meses y medio.
Soy de la opinión que una mujer no se convierte en madre al parir, si no mucho antes – cuando piensa por primera vez en tener un hijo/a – y mucho después, incluso cuando la personita objeto de tu amor ya no está. Para mí la maternidad es una cualidad que una mujer adquiere de por vida.
La historia de Emma comienza con un embrioncito que en la clínica de fertilidad dejaron progresar hasta el día 5, pensando que no sobreviviría. Después de confirmar el embarazo, llegamos a la semana 12 de gestación sin problemas, pero en la primera ecografía ya detectaron que algo no iba bien. Descartados posibles síndromes de origen genético mediante una biopsia corial, finalmente parecía que todo tenía su origen en una cardiopatía. Durante las siguientes semanas de embarazo, lo que inicialmente parecía una coartación de la aorta con buena solución, acabó en un conjunto de malformaciones de las estructuras izquierdas del corazón que le daban un tono «gris» a las posibilidades de supervivencia de nuestra hija cuando naciera.
Inmersos en este tsunami clínico fueron pasando las semanas y nació Emma, con su carita redondita de color lila y unas manitas regordetas y de deditos cortos. Enseguida se la llevaron a la UCI neonatal, que desde ese momento y durante 5 meses y 8 días se convirtió en su/nuestro hogar.
Recuerdo muchos momentos con Emma durante esos 5 meses, la mayoría duros y tristes y otros pocos, más amables. Recuerdo sus manitas entre mis manos, su media sonrisa cuando estaba un poco despierta, sus ojos grandes y vivos a pesar de todas las anestesias y demás drogas; recuerdo un equipo médico y de enfermería dedicados en cuerpo y alma a cuidarla e intentar salvar su vida; recuerdo el día que nos dijeron que ya se habían acabado las vías clínicas y que Emma se moría; recuerdo mi última noche con ella; recuerdo su calor cuando por fin pude abrazar con plenitud su cuerpecito ya sin vida.
Recuerdo por encima de todo darle las gracias en el momento de su muerte, por haber existido durante esos meses y por haberme enseñado la plenitud de un amor que hasta entonces solo había intuido.
Despedimos a Emma un 23 de diciembre, en un bosque, rodeados de todas las personas que durante esos meses nos demostraron su gran cariño y respeto. Recuerdo un árbol centenario en ese bosque, al que nos abrazamos cada vez que vamos a visitar a Emma.
Naret duerme ahora plácidamente, también acaricio sus manitas como hacía con Emma y también duermo a su lado; así cuando miro su carita redonda pienso que su hermana también la está mirando y cuidando.